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TAMAGASTAD, "PADRE y MAESTRO MÁGICO"
No CAEREMOS en la tentación de empezar con la fórmula genesíaca: "En el principio ... "; pero sí entraremos en los misterios de Tamagastad -mito supremo de nuestros aorígenes- a través de aquella advertencia de Plutarco, al comenzar sus Vidas Paralelas: "de aquí arriba no hay más que sucesos prodigiosos y trágicos, materia propia de poetas y mitólogos, en la que no se encuentra garantía ni claridad". Se trata, pues, de hacer pie en el origen fabuloso del pueblo nicaragüense, en esa falla sísmica de la historia que es la leyenda, y donde vale más la nesciencia que la ciencia, como diría Carlyle. Porque hoy Tamagastad, entre nosotros, es el dios desconocido y el héroe remotísimo. Habrá que recurrir, por lo tanto, más que al saber riguroso, a su punto de partida, que es la "docta ignorantia" o el "ars nesciendi". La verdad es que las señales enigmáticas de este mito son una cura de humildad para el intelecto. Y eso que tales presagios no nos han llegado en vivo, por tradición popular, sino por el "medio" y el "canal" de la crónica de Indias; conductor y conducto de aquella historia, sin más, y de una historia sagrada, al mismo tiempo. Tamagastad (¿"benefactor"?) es el mito del "saber y gobierno"; es el hombre hecho dios, con la sabiduría y el poder de una divinidad, pero conservando los límites del poder y la sabiduría del héroe. Y ya se sabe que, en las lenguas clásicas, "héroe" vale tanto como "semidiós". Estamos, en efecto, ante un claro varón o un varón fuerte; ante el arquetipo de los nicaraos. Porque aquellos primitivos lo sentían como su máximo representante. Es dificil pensar que aquel hombre existiese alguna vez; pero resulta más dificil aún entender que su forma divina correspondiera, exactamente, a todos los caracteres raciales de aquel pueblo. Y no queremos decir que el personaje
mítico estaba hecho a la medida de los primeros nicaragüenses, sino que éstos se veían en él como en un espejo de esos que alargan y ensanchan las figuras. Nuestros aborígenes, con asombro, se miraban engrandecidos en la imagen de Tamagastad; pero lo que hacían, al fin de cuentas, era mirarse a sí mismos. Además, reflejados en este mito, los nicaraos o niquiranos se aclaraban, clarificando su propio ser y, a la vez, quedando claros en que los problemas de su existencia eran asunto del arquetipo. De ahí que ellos comiesen lo mismo que los dioses, y que los alimentos tuviesen origen divino. No perdamos de vista, sin embargo, la faceta humana de Tamagastad: en él se rendía culto a la organización tribal, porque él había combatido por la unidad de su pueblo; había ordenado el abandono del solar mítico (Tic omega y Maguatega) y elegido la patria de adopción; fue quien rehizo a la comunidad después de la gran catástrofe, y enseñó a los suyos las artes y los oficios: la adivinación, la magia, la guerra, la artesanía, el comercio, la agricultura y la caza. Era, por consiguiente, un héroe espiritual y épico; maestro y campeador. Él estaba humanamente en el secreto de esta vida y la otra, porque en las dos podía vivir como hombre. Los primitivos nicaragüenses fueron, según eso, antropomorfistas y, en tal sentido, parece que tuvieron una visión antropocéntrica del universo; sólo que ese "anthropas" era un superhombre, o sea, un dechado humano y, por ende, un ejemplo digno de reverencia "a lo divino". Por algo aquí resultan evidentes los pasos intermedios que iban de una admiración a una adoración. Pero ese antropomorfismo no cerraba la salida a la ultratumba; antes bien, hacía familiar la vida escatológica. Y adviértase, además, que nuestros nicaraos concibieron la "salvación" asociada al heroísmo y al recuerdo dejado entre los vivos, a la manera que lo hizo la mente clásica. Como persona divina, Tamagastad era el padre del olimpo niquirano, y sin él no se explicaban las otras figuras de aquella poblada mitología, como Mixcoa (dios del comercio), Quiateot (dios del agua, la lluvia o el aguacero), Chiquinaut o Herat (dios del aire, el viento y la borrasca), Masat o Marat (dios de los cuervos o de la caza del venado), Toste o Tost (dios de la caza de los conejos y las liebres), Bisteot o Vitzeot (dios del hambre) ... Y así hasta completar una deslumbrante jerarquía de dioses mayores o "teotes" y de divinidades menores. Pero Tamagastad no se mostraba solo, sino formando pareja con Cipattonal, la diosa madre. Ambos, a dos, eran los creadores y las manos providenciales, auxiliados por Oxomogo, Calchitgüegüe y Chicociagat. Los atributos de Cipattonal eran los mismos de Tamagastad, hasta el grado de hacer probable la idea de un solo mito que se representaba como en doble frente, varonil y femenino. Se diría que el papel desempeñado por la gran madre de los nicaraos era apenas explicativo: el de hacer entender la creación como reproducción bisexual. Y conste que no se indica una "duplicidad", sino una precisa "duplicación", la cual no puede reducirse fácilmente al consabido dualismo, como en el probable caso de Omeyateite y Omeyatecigoat, padres de Quiateot. Es cuestión, por lo tanto, de analogía, que también libra de pensar en una concepción andrógina de la divinidad niquirana. En Cipatonal, la magia del nombre creó al personaje acompañante, porque el acompañado, sin duda, era Tamagastad, y lo más probable es que tal circunstancia determinara el cambio de sexo; pero no hasta el punto de definir una personalidad divina con mito propio. Según los nahualistas, en la etimología misma del nombre de la diosa está contenida su doble naturaleza terrestre y celeste (lo heroico y lo divino): "cipactli" (caimán o lagarto de Indias) es el elemento que da idea del reptil o el monstruo que se arrastra por la tierra; "tonalli", en cambio, es algo así como una disposición "ardente spiritu", por intensidad divina o por influencia astral. En efecto, la diosa resulta igual a Tamagastad, por las perfecciones que se le atribuyen, aunque no sea idéntica a él, sino su par, por correspondencia con la natural pareja humana. Y aquí vale recordar 10 que Frazer llamó "creencia teórica en la influencia simpatética de los sexos en la vegetación", precisamente al hablar de nuestros ritos indígenas, en los que tanto se relacionaba la condición sexual con el auxilio sagrado: "Los indios de Nicaragua, desde el momento mismo en que sembraban el maíz hasta el de recolectarlo vivían castamente, manteniéndose apartados de sus mujeres y durmiendo en lugar separado".
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UNA CARRETA DE LEYENDA
LA CARRETA nicaragüense representa la edad antigua en la formación de nuestra nacionalidad mestiza, o acaso, la mayor antigüedad del progreso en aquella tierra. Porque la vida agrícola de Nicaragua comenzó a rodar, esto es, a progresar por medio de las ruedas de la carreta. La carreta dice, cuando menos, "acarreo" y camino "carretero". Suponía, pues, un auténtico adelanto en el transporte de los productos de nuestro campo, y también una vía, por supuesto, más expedita que el sendero --camino propio de la "fila india"-e, incluso, que la cañada. Se dijera que la carreta "descargó" a nuestros indígenas y les hizo, a la vez, comerciantes "agresivos"; vocablo hoy tan en boga, cuya raíz latina es "gradi", que significa "andar", y la cual, curiosamente, se halla asimismo en el término "progreso", como que "gradación" y "progresión" dan, al unísono, la idea de avanzar de grado en grado. Y nuestra carreta es todavía fiel al progreso que en un tiempo significara o, si se quiere, fiel a su primitivismo, como diría Pablo Antonio Cuadra. De ahí que siga siendo un medio rústico, en el doble sentido de tosco y campesino; pero cuya fidelidad a su origen progresista se revela allí, sobre todo, en la persistencia de su utilidad, que ha resistido a la ofensiva del vehículo de motor. En vista de ello, ¿sería lícito describir a nuestro pueblo como "acarreado?" Lo cierto es que tal denominación resulta, en sí, demasiado descriptiva. Mejor dígase que, al parecer, los nicaragüenses hablamos o "cantamos" al ritmo de la carreta, seguramente por aquello que dice nuestro refrán: "Lo que no canta el carro, lo canta la carreta" o, lo que es igual, el carretero. y no es aventurado pensar que el "tempo" de nuestra historia es marcado también por la carreta. Ahí está, para demostrarlo, ese ritmo provinciano de nuestra vida nacional, que reiteradamente nos hace partir de cero; así como está el hecho de que nosotros
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TRES MITOS FEMENINOS, ENTRE EL ODIO Y EL DESAMOR
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El verdadero mito del Amor es el amor mentido: esa moneda falsa de la lujuria, o acaso, el desamor con antifaz de amor. La lujuria "está en su charco" en un ámbito de indiferenciación entre el espíritu y la materia, el cual es su medio propio y, en general, el medio ambiente mítico. El amor, por el contrario, nace, crece y se reproduce en una conciencia personal ingenua o, mejor, "aniñada"; pero conciencia, al cabo, que no se encadena al orden material. De ahí el balbuceo del enamorado y su frecuente uso de los diminutivos. En este sentido, el amor es un "artículo de fe" y, por lo tanto, de primera necesidad; mientras que la lujuria es, literalmente, un artículo de lujo, como lo fantasmagórico. Y no debe confundirse la "fe mítica" que es pura superstición, con la buena fe del amor. Esta tiene un sentido tectónico, porque crea un sentimiento de armonía o concierto; aquélla, en cambio, se muestra desmedida, desorbitada, como en ese caos de las bajas pasiones que llamamos "orgía" o "bacanal", cuya primitiva significación de ceremonia religiosa se convirtió en algo opuesto, precisamente debido a los excesos de las bacantes. Pero si la lujuria es caótica, el amor es un "mundo", aunque parecido al mundo infantil, que, no obstante ser un "país de las maravillas", tiene una estructura de signo ético, todo lo elemental que se quiera, pero una estructura innegable, y en la cual se distinguen rotundamente las encamaciones del bien y del mal. Porque las creaciones de la niñez, en tal aspecto, resultan insobornables; a diferencia de la vena mítica, de suyo confusa entre el beneficio y el maleficio, y, desde luego, difuminada psíquicamente por el influjo de la realidad objetiva o por el "ahuizote", como llama nuestro pueblo al mal agüero. El frenesí de la lujuria es estéril, lo mismo que el caos, por contraposición al amor, que se define por sus obras o sus frutos.
Se trata, además, de un orden, porque el amor es fecundo más allá de la pura fecundidad, es decir, como creación en sentido cosmológico, ya que procrear es casi crear. Por eso toda creación comienza en el amor, y en la semántica del amor está la fertilidad. El amor tiene, pues, vocación de "universo", pero no sólo en su dimensión cosmológica, sino también en la psicológica. En esta última, el amor aparece como el triunfo de la concordia. Es el acompañamiento musical de la vida humana; no "la soledad sonora" --cantada por el poeta-, sino la rítmica compañía de ese verdadero compás del "dos en uno". Y tal corriente unificadora es, sobre todo, una vía de perfección, entendida estéticamente, porque ya se sabe que lo bien formado es, en rigor, lo "fermoso". Pero esta idea platónica sólo se explica por entero en comparación -o contraste-con los mitos del amor, e incluso con el odio, que también abre un abismo, es decir, un caos. Y el caos indica, antes que desorden y confusión, una carencia o un defecto, como ocurre en todas esas falsificaciones del amor que puso a flote el psicoanálisis. Porque Freud y sus parciales enfocaron la privación, no tanto aquello de que adolecen las dolencias amorosas, cuanto la propia falta, que distingue a las formas enfermizas de la realidad erótica, y dejando casi intacto el centro del amor, esto es, el amor centrado, como gravitación universal. Ya en las teogonías arcaicas, el mito clásico del Amor procedía del Caos y, con valiente imagen expresionista, se le representaba como una piedra en bruto, la cual resulta una especie -y valga el término-- de "microcaos". En otra versión, ese mito del Amor aparecía como ciego, más que para no ver los defectos de lo amado, por ser acaso el defecto mismo. Pero los griegos distinguían entre Eros y Anteros, aunque éste no era siempre el "anti-amor", sino también -por contraposiciónun estímulo del amor en primera persona, o un competidor que servía de acicate al desarrollo del dios conciliador por excelencia. En cambio, el deseo violento (en griega "imeros") fue divinizado por la suntuaria mitología de los latinos, en la ingenua y, a un tiempo, maliciosa figurilla de Cupido, que, si bien era el símbolo del Amor --como sentimiento y medida de capacidad humana-, se veía sobre todo como encamación de los apetitos, las pasiones excéntricas y desbordadas, los placeres venusinos y, en suma, lo que cae en las "cupiditas", que decía Spinoza. ¿Y no es significado que Maeztu, al manejar los "mitos literarios" españoles, pusiera a Don Quijote -sin dudas el menos mítico de ellos-en el cuadrante del Amor, y no a Don Juan o a la Celestina? Lo cierto es que Don Juan ha resultado un personaje equívoco o, más exactamente, "híbrido"; pero, antes que por ser un caso patológico, por constituir el mito de sí mismo, la falsificación del propio ser. Don Juan no es Don Amor, sino todo lo demás: la demasía o la "hybris". Se trata, cuando menos, de un derrochador o un amador frustrado, que sabe únicamente de las sobras del amor, porque desperdicia la plenitud de éste como realización del ser. A su vez, la Celestina simboliza el amor utilitario, que es el colmo del desamor, y asimismo las malas artes, que justamente se oponen a las llamadas bellas. De ahí que la Celestina -"madre por irrisión"-sea, en definitiva, la imagen de la esterilidad. Ramiro de Maeztu la presentó como mito del Saber, y es verdad que "se las sabe todas". Pero ese saber suyo no tiene nada de la sabiduría del amor, como la más perfecta forma de conocimiento. Es apenas unjuego de astucia, movido por el interés o la "codicia"; término que por algo se encuentra en el origen de la "concupiscencia". En efecto, el "don de consejo" de la Celestina no supone un espíritu de "conciliación", sino de "confabulación", y por eso se alimenta de la fábula o el engaño. El saber celestinesco, pues, también es lo contrario del amor intelectual., que sólo se entiende como amor a la verdad. Ahora, bien, existe un mito nicaragüense indígena que, como la Celestina, participa de esa endiablada sabiduría tan próxima al desamor. Se trata del "numen loco" del volcán de Masaya, que no era un genio celeste, por razón de habitar en la más alta geografia, sino un personaje infernal, como si hablara por la "boca del infierno" del cráter de aquel volcán. Era una fuerza primaria, con horrible figura de bruja de cuento, mezcla de erinia y pitonisa. Y adviértase que, ya en la mitología mediterránea, los genios de las profundidades solían estar familiarizados con el poder de la adivinación.
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EL CACASTE
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No juega el nicaragüense a vida o muerte, sino sólo a muerte. No se plantea, pues, aquella alternativa -la más radical de todas-, porque allí se trata de sobrevivir, antes que de vivir. Nuestro pueblo, en efecto, concibe la vida en términos de muerte, o sea, casi como un "no morir". Y hay mucho de fata1idad en esa opción anticipada; pero hay más todavía de irrealismo. De ahí que el hombre de Nicaragua se sitúe ante la vida -lo que él cree que es la vida-encristalado en su conciencia mítica o tal vez fuera de si; pero siempre asomándose detrás de unos cristales que, rigurosamente, no son prejuicios, sino presentimientos y, a veces, augurios. Lo cierto es que unos y otros son auténticas formas del instinto de conservación, y por ello aquel pueblo ve la vida como si fuese una postrimería, vale decir, en vecindad con lo que hay después de la muerte. Parecemos agresivos y, en realidad, lo que hacemos es derrochar defensa propia. De igual manera se explica nuestra apariencia de ser indiferentes a las señales del "nivel de vida", dando una imagen de sobrios, y hasta quizá de llevar una existencia descuidada. Lo que ocurre, de veras, es que el "nivel de vida" nos importa en lo que se refiere a mantenemos a flote. Así el nicaragüense vive pendiente del oráculo de la "güija" ("oui" "ja"), del "zajurín (o zahorí) y del "ahuizote" (o mal augurio); lo cual, precisamente, es uno de los modos más expresivos de vivir muriendo. No estamos, por lo tanto, frente al clásico dilema de ser o no ser, sino ante una paradoja que consiste, a la vez, en ese decidido ser a la defensiva y esa no ser aún lo que se defiende. Tal es, en definitiva, el destino de nuestro pueblo, que ha protegido su vida, sobreviviendo -es decir, sin vivirla de veras-; que se' ha librado de ser otro, pero no de perder lo que era suyo, y que, además, ha defendido su libertad, sin conocerla del todo. Como el hombre nicaragüense vive en peligro de muerte.
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LEÓN VIEJO, CIUDAD FANTASMA
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Muchos factores -que son legión y que se enfilan en varios órdenes- condicionan los arquetipos de una cultura popular. Pero "condicionar" no significa alterar substancialmente las facultades humanas --o, si se quiere, el espíritu creador-, hasta diferenciar en absoluto las creaciones ejemplares de un pueblo determinado, con respecto a los otros que en el mundo han sido. Esto debía pasarse por alto, en virtud de su evidencia; pero acaso convenga partir de una certeza cuando se aborda lo incierto, vale decir, lo que es esencialmente problemático. El caso es que en el mapa cultural no existen islas, ni siquiera tratándose de pueblos primitivos; puesto que solamente la condición humana -única condición decisiva en la "consistencia" de las obras del espíritu-interviene en las leyes universales que determinan, en substancia, el hecho cultural. Ahí está, para muestra, la ley de semejanza, por la cual generalmente la creación primigenia ha sido asociada a la reproducción bisexual, dando vida a la imagen mitológica de una pareja divina, que lo mismo aparece entre los griegos antiguos que en las figuraciones de los nicaraos. Hasta aquí, hemos hablado de una pura relación. Pero el asunto, además, hay que plantearlo como una relación por transmisión. Y es entonces cuando surgen los problemas insondables. ¿Qué rasgos en un mito corresponden a la sola naturaleza de las operaciones "poéticas" del hombre, por lo que éstas resultan virtualmente universales? O al revés, ¿cuáles son los caracteres mitológicos recibidos a través del espacio y el tiempo, en razón de que la cultura tiene horror al vacío? ¿Cómo esos elementos transmitidos se adaptan a la índole de un pueblo, en un medio social y geográfico diferente del suyo originario? ¿Por qué una comunidad acepta como en Nicaragua, el mito de Tío Coyote, de los indios norteamericanos, y deja pasar otros más sugestivos o, acaso, más afines a su visión del mundo? ¿Dónde empiezan y tenninan, la creación mitológica o su adopción? ¿Dónde las realidades que se toman por mitos? Por el contrario, el mito en estado puro es, en principio, una fábula tomada por realidad, porque precisamente no ha nacido en la historia, sino en la prehistoria de los pueblos, o sea, en esa vida colectiva donde nada es seguro y todo se difumina. Por tanto, nuestros mitos coloniales son más persistentes que los indígenas, a cambio de ser menos puros, en el sentido de lo escatológico. La originalidad pertenece a la definición de los mitos; pero no como "brecha cultural" o vana desconexión con la mitología del mundo, sino como principio de universalidad, sin el cual ningún mito se habría "originado". Porque el mito dice origen y, con ello, validez universal. En Nicaragua, es comprobable el hecho de que mitos mestizos de nacimiento han ido ajustando su fisonomía a las viejas leyendas aborígenes, y, en consecuencia, es presumible que éstas, en las crónicas de Indias, hayan seguido, a su vez, el proceso inverso; no ciertamente por retoques intencionados, sino atendiendo a un fenómeno de comprensión, de natural acercamiento a la mente española de la época. Este es, en suma, el problema de los mitos en tránsito, es decir, de las transmisiones de "hechos culturales", a cuya explicación -según Caro Baroja- "no puede aplicarse un fonnalismo rígido desde el punto de vista ideológico"; ya que existe "la posibilidad de formular unas teorías estructurales que se apoyen donde menos se piensa hoy que pueden apoyarse: en la investigación histórica precisamente" Es claro que dicho autor abre una perspectiva de profesional de la historia, quedando desenfocada la poesía de los mitos y, desde luego, su consistencia como visión del universo o corno verdadera "ontología arcaica", que dice Mircea Eliade. Sin embargo, ese método propuesto por Caro Baroja es utilísimo en el estudio de los mitos con base histórica, siempre que vaya asistido por la sensibilidad estética y, además, por un sentido de trascendencia; puesto que los mitos representan una escatología y, en especial, una interrogación sobre el principio de las cosas.
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mitos
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leyendas
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La mocuana
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Esta es una leyenda antigua del tiempo de la conquista, que según dicen ocurrió en Nicaragua, es uno de tantos relatos centroamericanos que ahora llega a ustedes.
Alrededor del año 1530 hubo una expedición española por el territorio de Nicaragua donde estos buscaban incrementar sus conocimientos de la región y claro hacerse de más riquezas. Es así que llegaron a la laguna de Moyúa donde estaba el pueblo de Sébaco.
Los pobladores se defendieron sin embargo no pudieron contra los armados españoles quienes lograron someterlos, cuando llegaron al jefe de la tribu este no tuvo más remedio que intentar calmar sus malas intenciones asi que les obsequio bolsas elaboradas con cuero de venado llenas de pepitas de oro.
Avances pequeños como este llegaron hasta España, donde se rumoraba sobre las riquezas que iban encontrando en estas nuevas tierras y esto llamo la atención de un joven que estaba por vestir los hábitos. Este recibió la noticia mientras también fue comunicado que su padre perdió la vida en esa incursión.
El joven decidió a última hora incorporarse a un nuevo grupo para nuevas expediciones y así después de un penoso viaje llego a tierra nicaragüense donde los pobladores lo tomaron como un sacerdote cuando contaron sobre la llegada de un nuevo grupo.
Es en Sébaco donde el joven conoció a la hija del cacique, muy hermosa ante sus ojos y la enamoro pero también tenía la intención de apoderarse de las riquezas de su padre. La joven no pudo resistir los galanterías del joven y se enamoró perdidamente. Fueron muchos sus encuentros en los oscuros lugares del poblado, sin embargo lo que pedía el joven como muestra de su amor era que le diga donde el cacique padre de la chica guardaba sus tesoros.
Este relato a pesar que puede entenderse como que el interés pr el oro era lo único que movía al español a enamorar a la joven, sin embargo se cuenta que el también no resistió los encantos de la joven y se enamoró de ella de igual medida.
Esto no pasó desapercibido por el cacique del pueblo de Sébaco, y se opuso tajantemente a que esto siga de largo, al parecer no había nada que hacer con respecto a este amorío. Entonces el joven solo se centró en su ambición dejando de lado al amor, es así que el joven llega a la cueva donde estaba escondido el tesoro del cacique y después de apoderarse de todo dejo encerrada a la joven, quien en ese tiempo ya estaba en cinta en los meses finales.
Según cuenta la leyenda, la Mocuana enloqueció en su encierro, antes de lograr encontrar un túnel por el que escapo posteriormente, sin embargo entre esas cuevas se cuenta que lanzo a su pequeño hijo en un abismo de algún recodo del interior.
Es aquí donde la leyenda de la Mocuana surge, pues los que comenzaron hablando de ella la describen como una mujer que esta al costado del camino, invitando sensualmente a que la sigan a una cueva cercana. En todo este encuentro que suele mantener no muestra el rostro, sin embargo esto no alerta a los que la presencian pues su esbelta figura y su hermosa cabellera puede ser razón suficiente para embelesarse.
Sin embargo los que más se preocupan son los que tienen niños pequeños, pues algunos cuentan que si ella se encuentra con alguno lo degüella, dejando un puñado de oro a los padres de la criatura, otros dicen que solo se los lleva pero siempre deja oro para los desconsolados padres como cambio por esa alma inocente.
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El Punche de Oro
El oro, metal precioso, eternamente brillante y resplandeciente, imperecedero frente a la acción corrosiva del tiempo, guarda en el recuerdo colectivo de nuestra América un valor simbólico con resabios sagrados. (...) Con este valor sublime, se proyecta una proyección nocturna que deambula como alma en pena en las oscuras noches desde que emerge intempestivamente en medio del furibundo oleaje del Océano Pacífico: El punche de oro.
Envuelto en una aureola segadora del resplandor de las luces bengalas, enciende las playas de Poneloya y todo su largo itinerarios hasta que arrastrándose llega a la comunidad indígena de Subtiava. La gran bola de fuego pasa por la ruinas de Veracruz, pero antes se detiene delante del puerta mayor de la iglesia de Subtiava para hacer reverencias al sol suspendido en la bóveda del vetusto templo.
Sobre este alucinante y misterioso personaje nocturno, una ancianita, guardiana de las ruinas de Veracruz nos habló una tarde de cielo plomizo del mes de agosto de 1973:
“...Aquí en Subtiava hay un inmenso tesoro enterrado y el espíritu de ese tesoro sale por las noches. Es un inmenso “Punche de oro”. Las personas que los han visto, dicen que es un punche gigante que brilla como el oro.
Todos los que han tratado de amarrarlo, no lo han logrado. Los que se atreven, caen privados apenas se le acercan y se quedan sin habla por varios días. El “punche” es el espíritu del tesoro de la comunidad indígena. Sale por las noches después de la muerte de su último cacique en manos de los españoles...”
En León todo mundo han oído habla del “punche de oro” y muchos son los testigos que dan cuenta de esa dorada visión. Don Pedro, un vendedor ambulante del barrio San José, nos confiaba esta historia que él mismo oyó contar a un amigo, compañero de tragos, según sus propias palabras:
“...Una vez, un señor Zamora convidó a Juan Pacheco, mi compadre, para que el día de San Juan se echaran nos traguitos, y a Juan que no le gustaban esas cosas, por no despreciar, aceptó la invitación.
El día de la fiesta de su santo, que cayó en viernes, después de salir del trabajo el compadre se fue a cumplir con la cita a la cantina que da la vuelta al tamarindo. Ya de noche, tuvo que pasar por Veracruz y agarró por el lado del asilo, luego cruzó la plaza y siguió por un caminito que pasa frente a la iglesia. Cuando iba llegando propiamente a la iglesia de Veracruz, que está en ruinas, al pasar delante de la puerta mayor, vio un deslumbre en la salida de la propia puerta mayor que lo dejó casi ciego y caminando se fue tropezando por todas partes contra piedras y palos hasta quedar todo maguyado. Ese resplandor era el “punche de oro”.
Bueno, pues, en medio de su ceguera y su susto se dijo para sí: -Ese es el “punche de oro”, lo voy a agarrar a ese jodido. Por diosito que lo agarro. –Y se fue detrás.
Juan nos contó que eso es una maravilla. El tal punche brilla como el oro y los ojos son como diamantes de fuego.
Entonces se va detrás del punche que corre y corre por esos montarascales, se iba arrastrando el animal, pero cuando iba a llegar a agarrarlo se le volvió un hombre inmenso, del tamaño de un gigante. Apenas se le apareció el hombrón, Juan ya no pudo caminar, los pies se le fueron poniendo pesados como que le hubieran amarrado unas canteras en cada uno y por último ya ni siquiera los pudo mover porque parecía que se le hubieran pegado a la tierra.
Así atorado, sin poder moverse, cayó sin habla, privado y hapasado con calentura como dos o tres días y no hablo durante siete días, con la ayuda de la gente que sabe de esas cosas, con esto y con el otro.
Ese punche sale dos veces al año, sale a mitad de la semana santa o antecitos. En la mera mitad del invierno, en agosto sale también. Todo mundo sabe que el día que agarren al “punche de oro” van a desencantar al cacique Anahuac, que los españoles ahorcaron en el tamarindo que ahí está todavía en Subtiava. Dicen que el palencon vive perennemente cargado, todo el tiempo está dando tamarindo y da unos tamarindos gigantes pero que no se pueden comer. El punche sale para que uno de la comunidad de Subtiava lo agarre y lo desencante...
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Toma tu teta
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La Ciguanaba es una mujer que sale casi desvestida a la orilla del río. También se le conoce con el nombre de La Sucia en todo el país. Esta mujer ha enloquecido durante muchos años a miles de hombres y especialmente a los enamorados. Hay quien afirma que La Sucia le salió columpiándose en unos bejucos en lo más espeso de la montaña o que la vieron corriendo en medio de una milpa. No toda la gente la conoce como Ciguanaba o La Sucia. También la llaman La Cegua en algunos pueblos del norte del país, como Trujillo, La Ceiba, Puerto Lempira y Omoa.
La gente que vive a la orilla del mar asegura que La Cegua se pasea por las playas en las noches de luna en busca de algún enamorado. «La Cegua —decía el Negro Güity— es una mujer de cuerpo bellísimo, caderas cimbreantes como palo de coco. Su pelo negro, liso y largo brilla mucho… La vi una vez, señor Montenegro. Ahí por donde ve esas champas pasó La Cegua. Me entró un miedo que hasta me oriné en los pantalones. Viera qué jodida me llevé. Por suerte no le vi la cara porque ahí nomás me cago».
Las Ánimas es un pueblo pintoresco en la jurisdicción de Danlí, departamento de El Paraíso. Por el sitio donde está, da la impresión de que quien le puso ese nombre sabía lo que estaba diciendo. Hace muchos años, la carretera era angosta y peligrosa, a tal grado que quienes viajaban por la zona decían que les parecía estar bajando al mismísimo Infierno.
José García, vecino de Tegucigalpa, se dedicaba a la venta de pañuelos, perfumes, ganchos, prendedores, toallas, cobijas y otros artículos. Recorría todos los pueblos del país para ganarse la vida de esa forma. Le informaron que en Las Ánimas había mucha gente que podía comprar sus productos y, sin pensarlo dos veces, se subió en una baronesa, el único medio de transporte en aquellos tiempos, con la esperanza de hacer buenos negocios en aquel lugar. A la mitad del camino se había arrepentido de hacer el viaje. Llevaba el estómago revuelto por los grandes saltos de la baronesa. Con tanto polvo que cubría su cuerpo, parecía ratón de panadería.
Al fin llegaron a Las Ánimas. La gente corrió a encontrar a los pasajeros reclamando los encargos y José comprendió que no había por qué arrepentirse de haber viajado hasta ahí. Consiguió alojamiento con facilidad y al llegar la tarde anduvo vendiendo de casa en casa. Estaba a punto de terminar la mercadería cuando se le ocurrió tocar la puerta de una casa. Salió a abrirle una muchacha de dieciocho años que le causó una tremenda impresión: inolvidable, jamás en su vida había visto a una mujer tan bella. La joven lo hizo pasar adelante sin dejar de regalarle su bella sonrisa. José se puso tartamudo cuando comenzó a mostrarle parte de la mercadería que le había quedado.
«Disculpe mi to… tor… peza… Este… digo… yo… pues… ¿cómo se llama usted?». La bella joven, sin perder su agradable sonrisa, contestó: «Me llamo Amparo, ¿y usted cómo se llama?». José le dio su nombre y después de aquella presentación quedó perdidamente enamorado de Amparo. Le regaló un perfume, una toalla y unos aretes, se despidió nerviosamente y le prometió que regresaría la siguiente semana con mejores artículos.
Al despedirse, ella le apretó coquetonamente la mano diciéndole «adiós». Inmediatamente, el vendedor pensó: «Si no me la consigo es que soy papo». Llegó la noche y José se dedicó a recorrer las calles amplias de aquel pueblo llamado Las Ánimas. En una esquina entabló conversación con unos jóvenes que hablaban de mujeres.
José les contó algunas de sus experiencias amorosas, dejando con la boca abierta a sus interlocutores. «Usted sí es un hombre de mundo por lo que nos cuenta. Díganos, ¿cuesta mucho conseguir a una mujer en la ciudad?». José, como un experimentado galán, respondió: «A veces. Lo esencial es tener verbo, saber hablar. Ya me ven aquí medio feo, pero les aseguro que he conseguido más mujeres que los hombres guapos. Pero ustedes son dejados porque hoy conocí a una muchacha que se llama Amparo, que vive allá, en aquella casa. Umm… qué mujer más linda y nadie se la tira».
Los muchachos se rieron. «Es que es una creída. No tarda en salir a dar una vuelta solo para picarnos. Es pícara, coqueta, pero como nadie se atreve a hablarle». Con aquellas palabras, José pensó que si ella salía tendría la oportunidad de decirle lo que ya sentía su corazón.
Se despidió del grupo y cautelosamente buscó las sombras. Se paró en una esquina esperando que Amparo saliera. No tuvo que esperar mucho. En ese momento la joven pasó cerca de él con su hermoso pelo extendido. José no se pudo contener, y al caminar detrás de ella, le gritó: «¡Amparo, Amparito! No camine tan rápido. Chisss… espéreme». Salieron del pueblo y José no se dio cuenta. Le interesaba más que la mujer lo esperara que averiguar si estaban o no en las últimas casas. Ella se desvió a la derecha, seguida por su enamorado. José corrió hasta darle alcance y agarrándola del pelo, exclamó: «¡Es mucha papada la suya, Amparito, con los hombres no se juega!».
Al hacer que ella se diera la vuelta, casi se desmaya del susto. No era Amparito, como él creía. Era una mujer horrible con el pecho descubierto. El espanto lanzó una terrible carcajada que resonó en las montañas, haciendo huir a los animales nocturnos. «¿Quieres una mujer? Aquí estoy, desgraciado, tomá tu teta… tomá tu teta que soy tu nana, ja, ja, ja». José, al verse perseguido por la monstruosa mujer, lanzó un grito aterrador que fue escuchado por todos los habitantes de Las Ánimas.
La gente abrió las puertas y José pasó como alma que lleva el Diablo hasta perderse en la oscuridad. Lo encontraron con la mirada perdida. Un doctor en Danlí lo asistió. No cabe la menor duda de que le salió La Sucia, como ha sucedido con otros enamorados.
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El lagarto de oro
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Hace mucho tiempo llegó a Chontales un noble caballero de Francia, llamado don Felix Francisco Valois, quien quedó encantado de los paisajes que rodeaban la Hacienda Hato Grande situada a cuatro leguas de Juigalpa.
Le gustó tanto la zona, que compró la Hacienda.
En ese tiempo tambien vivía en Juigalpa una joven muy linda llamada Chepita Vital. Un dia don Francisco conoce a la Chepita y desde el primer dia quedaron impresionados y muy enamorados, fue un amor a primera vista. A los pocos meses se casaron y luego tienen una hija, la cual la bautizaron con el nombre de Juana Maria.
Don Francisco tiempo después, sintiéndose muy enfermo se dirige a Guatemala en busca de una sanación. Pero antes de partir recomienda a su administrador hacerse cargo de la Hacienda y su familia.
Pasó el tiempo y don Francisco no volvia. Todos los pobladores de la comarca comenzaron a preguntar a los viajeros sobre el devenir del francés. Hasta que alguien trajo la información de que este habia muerto en Guatemala.
Dona Chepita se enfermó de pena moral y muere a los pocos años dejando su testamento enterrado en un lugar que nadie conocia.
Juana Maria, fue creciendo y creciendo, era toda una mujer linda y joven. Ella ignoraba que todos los bienes de su padre, eran ambicionados por Fermin Ferrari el otrora administrador de la Hacienda.
Ferrari era ahora un hombre malo y ambicioso, lleno de temores de perder toda la Hacienda debido a la existencia de Juana Maria.. La única forma era eliminar a la muchachita, era volverla loca asustándola para que se marchara del lugar.
Fermin empezó con los cuentos de espantos en La hacienda, le contaba historias horribles a Juana y con el tiempo ya la habia enloquecido
La muchacha se arrastraba cantaba bailaba y decia entre sus locuras: "Viva la Condesa de Valois". Luego despues de varios meses de locura fallece, ante el estupor de todos los comarcanos que afirmaban que Fermin era el responsable de su muerte.
El bandidaso de Fermin empezó a vender todas las propiedades de La Hacienda y con el dinero colectado abandona el pais. Pero con su suerte de que vecinos traen la historia al pueblo de que Fermin habia sido asaltado y muerto por unos bandoleros que habia tropezado en el camino.
Algunos vecinos que estimaban a la familia de Juana Maria le llevaban flores a su tumba. La sepultura quedaba en el cerro del Hato Grande, al borde de una laguna y las personas que la visitaban aprovechaban la oportunidad para darse un chapuzon.
Un dia muy tempranito, unos vecinos casi se mueren del susto al ver en la laguna un tremendo lagarto dorado, le brillaban los ojos con el sol resplandeciente de aquella fresca mañana. Corrieron al pueblo a contar la historia de lo que habian visto y algunos vecinos se dispusieron a capturar al lagarto, pero les fue imposible.
Un campisto que creia mucho en La Virgen, subio al cerro un dia de tantos y le ofrecio a La Virgen de la Asunción una corona de oro y un altar de la cola del lagarto si le ayudaba a cazarlo.
Tiró un mecate a la laguna y lazó al animal de la cabeza, pero cuando lo tenia en sus manos dijo: "Que se friege la Virgencita". Apenas dijo esto el lagarto se le escapó y se sumergió en el fondo de la laguna. Desde entonces todos los chontaleños buscan el lagarto de oro para hacerse ricos, pero este no volvió a salir jamas y dicen los campistas que es el alma de Juana Maria cuidando sus bienes.
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El nancital
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Esta leyenda explica el origen de las isletas de "El Nancital" que se encuentran en el lago de Nicaragua. Las isletas son consideradas parte de Acoyapa, municipio de Chontales.
Fue abajo de Acoyapa, muy abajo. Y hace ya de esto mucho tiempo, mucho tiempo. A algunas leguas de lo que hoy es San Ubaldo, había un pueblo. No era un pueblo, tan sólo un caserío, pero tenía plaza y cabildo, hermosas casas de madera y una iglesia. Sí, había iglesia hecha de adobes, con bonito campanario sin campanas en el que los niños, jugando, hacían alegres alharacas.
No había cura. Dos veces al año se celebraba misa cuando llegaba un padre de Granada y era de ver cómo la gente piadosa llevaba sus niños al bautismo y cómo los hombres fuertes y sencillos se confesaban. El Día de Corpus era el día grande. Corpus es el recuerdo del misterio más alto de la Iglesia: el pan y el vino que se hacen el cuerpo de Cristo.
Hoy es jueves, Jueves de Corpus y la pequeña cálida iglesita está repleta. sobre la mesita humilde el ara santa y sobre ella el cáliz y la hostia que esperan el milagro. Los hombres hablan en voz baja. Las mujeres, con sus rebozos anchos se cubren la cabeza y los niños molestan. El cura sale con su casulla blanca, hacia el altar, juntas las manos y el pueblo se arrodilla. Es entonces que se oye la voz de un niño:
-¡El amigo del diablo! ¡Ahí está el amigo de diablo!
Ahí, al fondo, semioculto tras las pilas del bautismo, estaba don
Ildefonso. Vivía apartado en la montaña, se reía de las cosas de Dios y
se dedicaba a la hechicería. Que tenía pactos con el diablo era el decir
de la gente y ese pacto logró muchas veces que muchos se sanaran de
graves enfermedades. ¿Era bueno? ¿Era malo? ¡Era amigo del diablo,
él lo decía cuando hacía milagros!
-¡El amigo del diablo! ¡El amigo de Satanás!
El sacerdote se volvió de cara a los fieles y buscó con sus ojos al raro
visitante, pero no había nadie!
-¡Padre! -gritaron las mujeres-. Era él. Todos le vimos. Ese es el
hechicero que niega a Dios y que bendice al diablo.
El cura alzó los brazos hacia el cielo y dijo casi gritando:
-¡Cristo vive! ¡Cristo reina! ¡Cristo impera!
Y se oyó, entonces, un estrépito terrible. Saltaron por los aires el copón
y el cáliz, saltó el techo como si fuera de hojarasca y la gente,
espantada perdió el sentido.
Sólo los niños que estaban jugando en el vacío campanario se salvaron.
Despavoridos, corrieron a la playa y se montaron en un bote para remar
aguas adentro. Los niños estaban asustados, estaban enloquecidos.
Sobre las olas del Gran Lago vieron clarísima la estampa del demonio:
-¡Don Ildefonso: -gritaron-. ¡El hechicero es el hijo del diablo!
Sonó una carcajada como un trueno que se metió en el monte y los
desdichados niños del bote se volcaron. Todo niño de Chontales sabe
muy bien nadar. Pero ¿cómo nadar contra las poderosas fuerzas del
infierno? ¿Qué se hizo el cura? ¿Qué se hizo el pueblo?
Los niños comenzaron a nadar, pero la fuerza mágica del diablo los hizo
tierra, los hizo polvo, los hizo islas. Desde entonces aparecieron en el
Lago las islas de El Nancital.
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La leyenda del zenzontle
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Un muy bonito cuento que explica el origen del "pájaro de las cuatrocientas voces".
Cuenta la leyenda, que mucho antes que a Nicaraocalli se le llamara Nicaragua, y ya formada la Laguna de Lenderí* por el llanto de la serpiente que nunca murió y que fue amarrada a un árbol de Guásimo con los cabellos de cuatro doncellas bellas. (Una princesa celosa, y tres cómplices aborígenes).
Muchísimos años antes que Fernando de Oviedo y Valdez, o Fr. Bartolomé de las Casas, narraran siquiera la historia de nuestro paraíso terrenal, y/o el capitán Diego de Machuca entregara las imágenes de San Pedro y Santiago al Cacique Nacatime, obligándolo a que se bautizara como Francisco Machuca; evitando el Cacique con esta acción, que los españoles derramaran la sangre de sus hermanos y siervos Chorotegas.
Mucho antes que se llevara a cabo esta tragedia inevitable, que se conoce como el descubrimiento de América; dejándonos, al termino de La Colonia, una herencia de ascendientes destructores y explotadores.
Le nació al Cacique Necuderit, una bella niña que cantó al nacer, y a la qué, por consejo de la deidad Chalchigüite, llamó el Cacique-papá, a su gracia, Martli-xotchil Acal-xubj.
Creció pues la bella princesita en la tierra más fértil, opulentísima y apacible del mundo, siendo servida con cariño, amor y lealtad por los miembros de toda la tribu Chorotega.
Los años pasaron, y fue la niña delicia a los ojos del buen Necuderit, quien la vio crecer y convertirse en una bella y esbelta princesa de ensueño.
Llegó pues el tiempo de entregarla en matrimonio; pensando el Cacique Necuderit en el joven y apuesto Diriangén; avizorando con el matrimonio, preservar la paz entre su amado pueblo de Nindirí, y los, desde entonces, llamados a saber... . ¡Pueblos Blancos!
Le invitaron pues, a forma de alegre despido, las mismas encargadas del séquito de la princesita, a un paseo de soltera, descendiéndola un día festivo, por el famoso bajadero de Cailagua, hacia la bella y caprichosa Laguna de Lenderí.
¡Y allí, a la orilla de la laguna!.. . Por primera vez, la bella princesita conoció el amor, en los negros ojos del hermoso y valiente guerrero de nombre Tezic, quién, subido en una inmensa roca volcánica, situada bajo la techumbre de un majestuoso árbol de Genízaro, silbaba bellas y diferentes notas melódicas, que bajaban naturales de su virtuosa y fecunda imaginación.
La princesita, acompañada de su séquito, desde ese día bajó todas las mañanas a la laguna, y a escondidas; ella y sus damas de compañía, espiaban el canto-silbar de aquel muchacho, que sin saberlo, se había robado su corazón de niña transparente y pura.
Regresando luego por las tardes a la Altura de la Cochinilla*, mientras bailaba y silbaba, ella misma, enamorada, las melodías de Tezic; al son de la dirimía, el tambor de cuero, el bejuco y la flauta dulce.
Una tarde, la bella niña no pudo aguantar más el secreto; y mientras nadaba Tezic en las profundas aguas de la laguna, la princesita empezó a silbar, una a una, aquellas bellas melodías.
Tezic nadó veloz hacia la piedra, y al subir en ella, asombrado escuchó el encanto de sus cuatrocientas voces, en el encanto del silbido de Martli-xotchil Acal-xubj.
¡Y el amor, desde ese momento se transformó sublime!
Mas, a tantos diarios viajes a Lenderí; Necuderit entró en sospechas, enviando a uno de sus emisarios tras la princesa, y su comitiva.
Por la tarde, el mensajero regreso veloz, y trajo respuesta, poniendo al tanto de las malas nuevas al Cacique... . ¡La princesa se había enamorado de un simple mortal!
-¡Imposible!, exclamó indignado Necuderit, -en cuanto regrese la princesa hablaré personalmente con ella.
Mas la niña bailaba en la plaza, rodeada del pueblo que la amaba, y que la notaba feliz y enamorada; la noticia se había regado a paso de nativo.
-¡Increíble!, exclamó feliz el pueblo chorotega. ¡La niña se había enamorado de un simple mortal!
-¡Tezic!, gritaban todos con súbita alegría, -es el guerrero afortunado, que se robó el corazoncito de la amada princesita!
El Cacique Necuderit llegó a la plaza, mas su enojo se transformó en dulzura... . ¿Qué padre que ama, puede destruir el amor?
Con sabiduría, el Cacique habló a la princesa delante toda la tribu:
-Hija, el amor del guerrero Tezic, y la princesita Martli-xotchil Acal-xubj... . ¡No puede ser!.. . Mañana bajarás a Lenderí, y deberás terminar el romance para siempre; si el rumor llega a oídos de nuestro Diriangén; bajará el fiero príncipe con quinientos guerreros de los Pueblos Blancos, y las consecuencias, y tu sufrir, serán terribles para tu corazón enamorado.
La niña corrió hacia su Castillo de Jaragua, y amargamente lloró un crepúsculo, y el resto de la santa noche oscura.
Al día siguiente, muy de mañana, salió la niña con su comitiva hacia la Laguna de Lenderí; y ya en brazos de su amado le contó los deseos de su padre... . ¿Qué hacer?
Ambos lloraron abrazados, el uno del otro, inseparables, indivisibles; y cuando terminaron de derramar la última gota de sufrimiento, al unísono, como si conocieran las artes de la telepatía, empezaron a silbar las melodías de Tezic; qué, entrelazadas como ellos, viajaron las notas llevadas por el viento, pintando paisajes con las nubes, muy alto... . ¡Más allá de la bóveda infinita y celeste.
¡Dialogo!..
-¡Padre Celestial!.. . ¡Padre Mío, hazlos ángeles!
-¿Angeles hijo?.. . ¡Alas!.. . ¡Todo lo que quise he hecho!.. . ¡Pájaros serán!.. . ¡Así sea!
¡Y sobre la enorme piedra volcánica!.. . ¡Delante los ojos atónitos de la comitiva de Martli-xotchil Acal-xubj!.. . ¡Dos pájaros levantaron un canto, hacia las frondosas e inmensas ramas de Genízaro!.. . ¡Un macho y una hembra!.. . ¡Adornos del paraíso nicaragüense que el buen Dios nos regaló!
-¡Zenzontles!, dijo la anciana y jefa de la comitiva, -por su canto se llamarán Zenzontles.
Y cuenta la leyenda qué, de todos los pájaros cantores que trinan sobre la faz de la tierra.
¡El Zenzontle... ...Es el pájaro del amor!
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Martli-Xotchil Acal-Xubj
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La leyenda de la diosa de la barranca, como el resto de las tradiciones de los pueblos índigenas, fue tildada de satánica por los obispos y los conquistadores españoles. El nombre de la diosa de la barranca fue cambiado por el de "bruja La Martina". Poco a poco, todos los índigenas eran convertidos al catolicismo o exterminados, y lo mismo les sucedía a sus tradiciones. No así con la leyenda de la Martina, que conserva aún esperanza y fe en los antiguos dioses.
Martli-xotchil Acal-xubj —azucena tersa y tan pura que cualquier mirada indiscreta tiende a marchitarla— languidece entre sollozos.
Su cuerpo se agita cual nerviosa gota de rocío dentro del ancho jade de una hoja de danta.
Como princesa del Tenderí ha sido dedicada de por vida al culto de Xipaltomal, la diosa virgen que exige castidad. Pero Martli-xotchil Acal-xubj fue profanada un día por los ojos de azabache de Tezic, un guerrero hermoso y valiente, pero sin ascendencia divina. Aunque es un héroe de la tribu, Tezic es un pobre mortal.
De la boca rosa encarnada de la princesa no pueden brotar mentiras, de modo que su padre, el cacique Necuderit es conocedor de la pasión que Tezic ha despertado en su hija. En trance tan doloroso convoca a su monéxico. Los ancianos también aman a Martli-xotchil Acal-xubj, pero tienen que castigar aquel incipiente pensamiento impuro. Los códices dicen que la pena que se debe aplicar a la princesa es el destierro, y los viejos lloran igual que los antiguos robles legañosos de Dipilto al tener que comunicar a su princesa y sacerdotisa el veredicto: “Tendrás que permanecer durante toda tu vida más allá de los límites del Tenderí, en el Cerro de la Barranca, desde el cual a lo lejos podrás mirarlo”.
Hace más de 600 años Martli-xotchil Acal-xubj se fue acongojada por el camino que lleva a Masaya. Los tenderises la vieron perderse en el primer recodo y quedaron desde entonces con el rostro triste.
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MEDARDO ÑURINDA “EL JUGADO''
Según cuenta Sancho, allá por los años veinte, Medardo Ñurinda era el cipote más haragán y sin oficio de todo Nindirí.
Era “recogido” de la abuelita Balbina, la cual lo envió un día a vender pinol a Masaya. Desde ese día el muchacho desapareció. Lo buscaron en Los Altos, Cofradías, San Francisco, El Raizón, Tisma, Campuzano, Masaya y Managua... y sólo ausencia encontraron.
A los tres meses le dieron por muerto y le celebraron una vela con café, tamales pizques, rosquillas de maíz, nacatamales y cususa.
Al año justo, Medardo Ñurinda entró a Nindirí por el camino a Masaya. Dijo que había permanecido “encantado” en la cima del cerro de La Martina, que ésta tenía a su servicio unos bueyes llorones, varios cabros peludos y un gallo rojo.
Agregó que los racimos de palmas que techaban el rancho de La Martina eran de oro. “Allí se vive tranquilo, pero nadie puede escapar, pues al llegar a los límites de la propiedad se pierde el control de las canillas, y éstas o no avanzan o comienzan un forzado retroceso hacia la cumbre del cerro”.
La Martina hizo de Medardo un muchacho inteligente y habilidoso. Un día el cipote pudo atravesar el cerco de piñuelas y caminó al poblado sin encontrar contratiempos.
Se supo por Medardo que durante la noche de los Viernes Santos La Martina bajaba de La Barranca con su gallo rojo bajo el brazo, llegaba a la planicie del camino y soltaba el ave que, picoteando por aquí y escarbando por allá, entraba hasta la placita del pueblo para emitir tres estentóreos ki-ki-ri-kí. Después, invisible, regresaba donde su dueña.
Los bueyes llorones —dijo Medardo— son hombres convertidos en rumiantes que tienen que arar las tierras del cerro que son propiedad de don Reucindo Solano, anciano patizambo, de ojos amarillos, cara aindiada, cabellos negros de acero y barba canosa y sucia.
Solano vivió en una casa de tablas con techo de tejas que estaba ubicada frente a la Paja de Agua. Su único mueble era una hamaca en la que pasaba la mayor parte del tiempo. A poca gente le pasaba palabra.
Por boca de Medardo se supo que los bueyes llorones eran personas de mal corazón que el viejo contrataba para que trabajaran en sus tierras. En extraño pacto con Reucindo, La Martina los convertía en semovientes, los hacía trabajar por varios años y luego se los devolvía al viejo, quien los vendía al mejor postor. Los “transformados” volvían a ser seres humanos cuando cumplían su castigo, pero jamás hablaban de esas cosas.
Reucindo murió solitario. Nunca hizo un bien ni un favor. Descubrieron el cadáver ya cuando hedía y lo llevaron a enterrar a la carrera. Dicen que se convirtió en ánima en pena porque dejó sepultadas sus riquezas en el patio de su casa.
Los viejos del pueblo nunca creyeron que Martli-xotchil Acab-xubj tuviera un pacto con Reucindo Solano.
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ELLA VIVE, ES LA INOLVIDABLE
Para esos ancianos apergaminados la princesa vive y representa la perenne promesa de resurrección de La Madre Tierra.
Cuando regrese Quetzalcóatl, nuestra Abya-yala (nombre usado por el pueblo Kuna para nombrar al continente Americano) volverá a tener el verdor de la esmeralda y cosecharemos granos de oro y frutas con los colores del iris.
Cuando regrese Quetzalcóatl, los hombres de maíz serán más que hermanos, tendrán el corazón del dios impulsando la sangre de todos los humanos.
Y Martli-xotchil Acab-xubj bajará espléndida de la Barranca para vivir eternamente entre los suyos. Para seguir siendo la deidad amada y protectora de los tenderises de buena voluntad. Para los miembros de la tribu que arrojaron lejos de sí la enorme piedra Mariola de la alienación que colocaron en sus mentes los abusivos españoles.
Piedra Mariola: Peñasco de enormes dimensiones que se encuentra en la bajada de la Laguna de Masaya.
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EL CERRO ENCANTADO
“Cuando una noche de agosto pasé por el camino, escuché que del cerro bajaba una tonada divina, como que era cantada por una voz celestial”, dijo don Pablo Cuaresma, vecino de Nindirí.
“Existen muchas versiones sobre la existencia de La Martina, y no faltan los que la confunden con una cegua o con una Mica Bruja... Pero otra es la verdadera historia”, explica don Justo Pastor Ramos.
“Dicen que una vez a un curita se le metió exorcizar La Barranca y subió al cerro con varios vecinos, pero sólo encontró monte, breñales, un promontorio como cualquier otro”, asegura don Lolo Acevedo.
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El sisimique
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Contaban que siempre que comenzaba a oscurecer se aparecían dos enormes animales con cara de hombre, tenían los ojos rojos como llamas, una cola bien larga y se llamaban el Sisimique y el Sisimicón. Decían que estos animales se les aparecían a las muchachas solteras y que si les gustaban se las llevaban enrolladas con la cola. Donde primero se aparecían era en el río y después seguían el camino para la casa y que en camino iban llamando a las muchachas a las que les gustaba hacerle ojitos a los hombres, y se oían unos gritos y gruñidos que nadie podía imitar. Decían que para que el Sisimique y el Sisimicón no entraran a las casas no había que hacer ruido, muchos menos reírse, ya que las risas de las mujeres era lo que más les gustaba. A varias muchachas se las habían robado, porque ellas eran bien bandidas y ellos sabían dónde había mujeres que les coqueteaban a los hombres.
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La serpiente de los tres pelos
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Los descendientes de los príncipes Yasica y Yaguare, los indios matagalpas, practicaban el culto a “Cihua-coatl”, pero, a su llegada, los conquistadores españoles introdujeron el cristianismo entre los indígenas locales, por lo que, al pasar los años, no fue difícil combinar el culto a “Cihua–coatl” y el culto a la Virgen María.
Se dice que cuando se estaba formando apenas la ciudad, hubo una discusión y apalearon a un sacerdote. El sacerdote hecho una maldición a los habitantes de la ciudad y se fue montado en su mula. Según después de lo que se enteraron por boca del sacerdote, había una serpiente debajo de la ciudad de Matagalpa, que estaba atada por tres cabellos de la Virgen María.
Uno de los extremos de la serpiente está en la Catedral de Matagalpa, y el otro en el cerro de Apente. En su constante lucha por liberarse, la sierpe (culebra de agua) se mueve tanto que ocasiona fisuras en la Catedal que no han podido ser selladas, y que se acentúan cada vez más.
En aquellos tiempos, hace ya mucho, había tres fuentes de agua: dos al sur y una al este de Matagalpa. Dos de los tres cabellos ya se han roto, y las dos fuentes del sur se secaron. La serpiente ahora está atada por un único pelo. Cuando el último pelo se rompa se derrumbará el cerro de Apente y enormes fuentes de agua que atraviesan la región reventarán y la ciudad de Matagalpa será arrasada por una inmensa inundación.
Pero esto lo dictan los habitantes de la ciudad. Si su comportamiento y su moral son buenas, el último cabello será muy díficil de romper.
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El barco negro
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Hace ya mucho tiempo, tiempales que una lancha cruzaba de Granada a San Carlos..Una vez muy cerca de la Isla redonda alguien hacia señas con una sábana blanca para que esta lancha atracara.
Cuando los marineros se acercaron a la isla sólo escuchaban: Ay.....Ay......Ay.....Ay...
Las dos familias que vivían en la isla se estaban muriendo envenenadas..pues se decía habían comido de una res que había sido picada por una culebra Toboba.
Por favor llevenos a Granada -dijeron.
y el Capitán preguntó que quién pagaría por el pasaje.
No tenemos reales -dijeron los envenenados - pero le pagamos con plátanos.
¿Quién corta la leña o los plátanos? -preguntó el marinero.
-Yo llevo una carga de chanchos para Los Chiles y si me entretengo allí ustedes se me mueren en la barcaza. - les dijo el capitán.
Pero nosotros somos gente -dijeron los moribundos.
También nosotros -dijeron los lancheros-. Con esto nos ganamos la vida.
¡Por Diosito! -gritó el más viejo de la isla -¿no ven que si nos dejan nos dan la muerte?
-Tenemos compromiso -dijo el Capitán.
Y en facto se volvió con los marineros y ni por más que se estuvieran retorciendo del dolor, ahí los dejaron.
No sin antes la abuela de una familia de la isla, levantándose del tapesco en donde estaba postrada..les echo una maldición.
"¡Malditos! ¡a como se les cerró el corazón, así se les cerrará el lago!"
La lancha se fue. Cogió altura buscando San Carlos y desde entonces perdió tierra. Eso cuentan. Ya Ellos no vieron nunca tierra. Ni los cerros podían ver, mucho menos las estrellas en el cielo les pueden servir de guia.Ya tienen siglos de andar perdidos.
Ya el barco está negro, ya tiene las velas podridas y las jarcias rotas.
Muchos lancheros en el Lago de Nicaragua aseguran que los han visto. Se topan en las aguas altas con el barco negro, sus marineros barbudos y andrajosos les gritan:
- ¿Dónde queda San Jorge? ¿Dónde queda Granada?
Pero el viento se los lleva y no ven tierra. Están malditos.
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